El
Mito de la Colonización Feudal
1.
Durante
muchos años se ha repetido que la colonización española en América tuvo un
carácter «feudal» (Mariátegui fue, entre los marxistas, uno de quienes más
temprano y con mayor énfasis insistió en esta tesis. (Siete Ensayos, 12).
Aparte de que Colón descubrió América esa es quizá la afirmación más repetida
acerca de la colonización española. Nosotros en cambio, sostenemos que el
contenido, los móviles y los objetivos de la colonización española fueron
decisivamente capitalistas. ¿Vale la pena discutir al respecto? Si se tratara
de una cuestión académica (tal como el origen exacto de la palabra gaucho, por
ejemplo) no valdría la pena detenerse en la cuestión. Pero determinar el exacto
carácter de la colonización española tiene una importancia nada académica.
Baste decir que la conocida teoría sobre el carácter «feudal» de la
colonización sirvió durante largo tiempo a los moscovitas criollos como telón
de fondo para afirmar que la Argentina «muestra aún hoy en su estructura rasgos
inconfundiblemente «feudales» (Puiggrós, Colonia, 23) y para enrollar la madeja
de una fantasmagórica revolución «antifeudal» que abriría el camino a una
supuesta «etapa» capitalista.
2.
Atados
a sus dogmas y compromisos políticos y frenados por su propia incapacidad, los
teóricos comunistas posteriores a Puiggrós usan su definición de la colonia
como sociedad feudal sólo para oponerse al socialismo en la Argentina de hoy,
puesto que significaría "proponernos hoy tareas históricas inexistentes»
(Paso, Colonia, 9.). Y su negativa al socialismo se extiende no sólo a América
Latina sino incluso al África donde Leonardo Paso (curioso ejemplar «marxista»)
ve negativamente el paso a las formas colectivas de propiedad de la tierra porque
es un salto «de etapas históricas muy importantes para ponerse a la altura de
los pueblos más adelantados» (ídem, 118). ¡Y esto fue escrito cuatro años
después de la Revolución Cubana!
3.
Sergio
Bagú ha señalado correctamente que «las colonias hispano-lusas de América no
surgieron a la vida para repetir el ciclo feudal, sino para integrarse en el
nuevo ciclo capitalista que se inauguraba en el mundo. Fueron descubiertas y
conquistadas como un episodio más de un vasto período de expansión comercial
del capitalismo europeo. Muy pocos lustros después de iniciada su historia
propiamente colonial, la orientación que van tomando sus explotaciones mineras
y sus cultivos agrícolas descubren a las claras que responden a los intereses
predominantes entonces en los grandes centros comerciales del viejo mundo»
(Bagú, Economía, 104).
4.
Nadie,
ni aun los obcecados teorizantes del «feudalismo» colonial, han negado que el
descubrimiento y conquista de América tuvieron objetivos perfectamente
comerciales. Efectivamente, cuando castellanos y portugueses tocan las costas
americanas la existencia de un activo mercado internacional europeo es un hecho
desde hace mucho tiempo. Las explotaciones del extremo oriente, las factorías
que se establecen en las costas de la India, el reconocimiento y después el
tráfico con las costas africanas, el descubrimiento y colonización de América,
son meros episodios de esa formidable revolución comercial que está conmoviendo
a Europa. Hay en el viejo mundo un mercado internacional que absorbe con avidez
una cantidad de productos de otros continentes. Castellanos y portugueses, al
ponerse en contacto con esta nueva realidad americana, estuvieron movidos por
una misma necesidad, por un igual propósito: hallar algo que pudiera ser
vendido en el mercado europeo con el mayor provecho posible (Bagú. Economía,
66). De modo que el objetivo de la colonización y conquista fue eminentemente
capitalista: producir en gran escala para vender en el mercado y obtener una
ganancia.
5.
Hay
por lo tanto, una neta diferenciación con los procesos de colonización
realizados en el seno del feudalismo europeo, tales como el desplazamiento de
los germanos hacia el Este, cuyo único propósito era obtener tierra para
subsistir. La pequeña economía agraria y el artesanado independiente —indicó
Marx— forman en conjunto la base del régimen feudal de producción. El régimen
feudal en la agricultura supone que el señor no puede explotar toda la tierra
por sí mismo o por un administrador, entonces concede parcelas a los
campesinos, que se convierten en pequeños propietarios, pero sometidos a una
multitud de censos y apretados con lazos personales innumerables. La producción
feudal se caracteriza por la división del suelo entre el mayor número posible
de tributarios. Por eso estaba salpicado de pequeñas explotaciones campesinas,
interrumpidas sólo de vez en cuando por grandes fincas señoriales. El siervo de
la gleba, aunque sujeto a tributo, era dueño de una parcela de tierra (Marx,
Capital, 2, 3). Es decir que por paradoja! que esto resulte a primera vista, el
régimen feudal supone la pequeña propiedad de la tierra. De ahí la pequeña
escala de la producción disponible para el mercado y el reducido volumen del
intercambio.
6.
Ahora
bien, el sistema de producción que los españoles estructuraron en América era
francamente opuesto a esta estructura básica del feudalismo. Si alguna
característica bien definida e incuestionable es posible encontrar en la
economía colonial os la producción en gran escala (minas, obrajes,
plantaciones) para el mercado. Desde los primeros tiempos del régimen hasta sus
últimos días, ella condiciona toda la actividad productiva (Bagú, Economía,
117). Es posible que las primeras encomiendas hayan tendido a ser
autosuficientes, pero en todo caso, ello estuvo perfectamente condicionado al
hallazgo de metales preciosos. Descubierto el metal, la unidad autosuficiente
se quiebra, con estrépito. Los indios comienzan a producir para el mercado
europeo o local, y el señor vive con la mente puesta en el mercado. Además de
metales preciosos, Potosí y la zona adyacente no producían prácticamente nada.
De otras regiones del virreinato le enviaban alimentos y los más diversos
productos. De todas partes del mundo le llegaban objetos de lujo. No puede
darse un caso más claro de producción para el mercado.
7.
Es
falsa incluso la suposición de que el monopolio comercial español impedía a las
Américas comerciar en gran escala. Como se sostiene en un trabajo reciente,
«las colonias recibían toda clase de mercaderías europeas y a precios bajos;
podían exportar sus productos a otras naciones sin más prohibición que para el
oro y la plata; que efectuaban el comercio de trueque con las colonias
extranjeras; que recibían en sus puertas a naves negreras de cualquier país y
comerciaban con ellas; que utilizaban naves de potencias amigas y neutrales, y
que, en general el mercado americano estuvo saturado de manufacturas europeas»
(Villalobos, Comercio, 10). La corriente comercial no se detenía en los
puertos, sino que penetraba profundamente en el interior del continente. En
1786 señalaba un comerciante que en Chuquisaca «todas las plazas se hallan
abarrotadas de género» (citado en Villalobos, 57). Los trabajos de Levene
(Investigaciones) así como otros más recientes (Halperín, Río de La Plata)
señalan claramente las fuertes vinculaciones de todas las regiones de la
América Española entre sí y con las potencias extranjeras.
8.
Buenos
Aires fue otra ciudad colonial que en el siglo XVII había adquirido la
tonalidad de una típica concentración urbana de la época del capitalismo comercial
en Europa. Era la puerta de entrada de una incesante corriente de mercaderías
que se distribuían después en una vasta zona que alcanzaba al Alto Perú (Bagú,
Economía, 129). En el Noroeste argentino, que se ha querido presentar como
prototipo de colonización feudal, los obrajes fabricaban tejidos que llegaban a
exportarse por los mercados de Chile, Potosí, Buenos Aires, e incluso Brasil
(Levene, investigaciones, 1,7).
9.
Buenos
Aires fue fundada por segunda vez en 1580 para «abrir puertas a la tierra» como
solicitaba el licenciado Matienzo una década antes (Fitte, Hambre, 264). Siete
años después, la aldea que apenas contaba 60 pobladores, enviaba sus primeras
exportaciones de géneros confeccionados en Tucumán con destino al Brasil.
Aunque ese 2 de setiembre se recuerda ahora como el día de la industria fue en
realidad el primer esbozo de la pujante fuerza comercial de Buenos Aires y el
origen de una poderosa burguesía intermediaria.
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